Después de casi dos años
impartiendo clase en una sección bilingüe un compañero me preguntó si realmente
mis alumnos estaban mejorando su competencia en lengua extranjera. Mi respuesta
fue “creo que sí”.
A las pocas horas me crucé con
los coordinadores del departamento de inglés de las secciones bilingües de mi
centro y les hice exactamente la misma pregunta ¿adivinas su respuesta? …
“creemos que sí”.
El caso es que a mi modo de ver no hay mucha diferencia entre un creo que
sí y un no lo sé así que planteé en la siguiente reunión de coordinación
hacer una evaluación inicial de las competencias lingüísticas de nuestros
alumnos al comenzar 3º ESO (primer curso con secciones bilingües en tres
asignaturas) y al finalizar 4º ESO testarlos de nuevo para analizar sus
progresos.
Hasta aquí puede que lo propuesto
no parezca nada novedoso ya que se plantea una simple evaluación inicial y
final que todos tenemos la obligación de hacer, el caso es que nuestra intención
era que ese proceso de evaluación fuese
“externo”, lo más objetivo posible y que se ajustase a los niveles de las destrezas
lingüísticas planteados en el marco común europeo de referencia para las lenguas
(MCER).
Cuando hablo de externo me
refiero a que las pruebas que midan el nivel de destreza no sean elaboradas por
nosotros y que su corrección se pueda realizar de una forma lo más objetiva
posible. Las pruebas deben medir además las cuatro destrezas de toda lengua que debemos trabajar a través de nuestras clases CLIL (comprensión oral, expresión oral, comprensión lectora y
expresión escrita) y ajustarse a los niveles del MCER (A1, A2, B1, B2, C1 y C2).
Es evidente que todos los alumnos
son evaluados cada año en la asignatura de lengua extrajera y que el resultado
queda plasmado en su boletín de notas pero buscábamos un tipo de valoración que
nos trasladase detallada información sobre los progresos y que no se viese
modificada por factores no lingüísticos que influyen habitualmente en las notas
de los alumnos como pueden ser su comportamiento, la realización de trabajos,
la entrega en plazo de las tareas, la participación en el aula, etc.
Finalmente decidimos utilizar los
modelos de pruebas de certificación publicados por las escuelas oficiales de idiomas de nuestra comunidad autónoma y que evalúan los niveles A2, B1 y
B2.
De esta forma conseguimos
realizar de forma sencilla esa evaluación objetiva y externa que además nos
permitía valorar detalladamente el nivel el progreso de cada alumno que pasaba
por nuestras secciones bilingües en cada una de las cuatro destrezas analizadas.
Las pruebas las pasaban los
profesores de lengua extranjera durante sus clases al comenzar y al finalizar
el periodo de dos años en los que se cursaban asignaturas CLIL. A los alumnos se les planteaban como “ejercicios
de aula” y no como exámenes para los que tenían que estudiar y de los que iba a
depender su nota en la asignatura.
Después de dos años ya éramos
capaces de contestar con total precisión a la pregunta de que da título a este
artículo con un rotundo SÍ.
Podíamos responder, por ejemplo:
Al comienzo de 3º ESO el “x” % de nuestros alumnos tenían un nivel “y” en esta
destreza lingüística y tras dos años asistiendo a clases de asignaturas CLIL el
“x” % alcanzaron un nivel “z” en dicha destreza.
Es más, estábamos en condiciones
de decirles a bastantes alumnos que tenía un nivel suficiente para superar con éxito la prueba de certificación
de nivel B1 de la escuela oficial de idiomas, nivel que además es el que
entendemos se corresponde con el objetivo a alcanzar para un alumno que curse varias
asignaturas en secciones bilingües durante la educación secundaria obligatoria.
Os animo a realizar este tipo de
seguimiento con vuestros alumnos porque la información que se obtiene me parece
muy motivante (el progreso fue notable) y proporciona un valioso feedback que
nos permite plantear ajustes metodológicos en la/las destreza/s en las que observemos
un menor progreso en la mayoría de los alumnos.
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